Entre la jornada y la productividad

n el marco de la discusión en el Congreso sobre reducir la jornada laboral, es pertinente revisar la recién publicada “Guía para establecer una ordenación del tiempo de trabajo equilibrada”, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), consignada en nuestra edición de ayer, que plantea ocho formas de abordar un nuevo entorno económico y laboral con “horas de trabajo cada vez más diversas, descentralizadas e individualizadas”.

En contraste con un debate nacional que parece rígidamente enfocado en la cantidad de horas trabajadas, la OIT recomienda contar con una variedad de mecanismos: horas extraordinarias, labor por turnos, trabajo de tiempo parcial, horarios escalonados, semanas comprimidas, promedio de horas, tiemplo flexible y trabajo compartido. El organismo estima que estas fórmulas —y por qué no otras que eventualmente podrían concebirse— traerían ganancias en áreas como el ausentismo laboral, la retención de talentos y las contrataciones.

Por un lado, lo anterior sugiere que el proyecto original del gobierno —con foco en la flexibilidad— reflejaba de mejor forma los desafíos actuales del mercado laboral que las iniciativas que hoy se discuten, centradas en la duración de la jornada, ya sean las 40 horas que plantea la oposición o las 41 con las que replicó el Ejecutivo. En efecto, la transformación del trabajo en la nueva economía exige una mirada más amplia sobre las formas de trabajar que la observada en el actual debate. Por otro lado, esa misma complejidad recuerda la importancia de analizar seriamente los posibles costos de reducir la jornada, como han hecho ver el Banco Central y el titular de la Comisión Nacional de Productividad (CNP).

Nada de esto se condice con la celeridad que se ha dado a la tramitación legislativa, por cierto, y parece al menos prudente esperar a tener a la vista el informe que el gobierno le ha encargado a la CNP sobre los eventuales efectos de una reducción en la jornada.